30 años después


Publicado en: Última Hora
Publicado el: 11-11-19
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Por Yan Speranza, Presidente del Club de Ejecutivos.

En estos días se conmemoran 30 años de la caída del muro de Berlín, un acontecimiento histórico que marcó con fuerza la configuración social, económica y política de todo el mundo.

La caída del famoso muro simbolizaba la derrota de un modelo de organización de la sociedad que durante décadas intentó imponerse a nivel mundial.

Al mismo tiempo, la otra cara de la moneda, es decir la democracia liberal, se presentaba no solo como el modelo claramente victorioso, sino en palabras de Fukuyama, como una suerte de punto de llegada final del proceso de evolución de las ideologías, algo así como el “fin de la historia”.

Además, en ese momento histórico se estaba gestando una verdadera revolución de las tecnologías de la información y la comunicación, con la emergencia del todopoderoso internet.

Con esto último, el proceso de globalización se iba a profundizar de una manera acelerada, y el mundo se volvería mucho más plano con el sistema capitalista como principal pilar de las democracias liberales.

Se podría decir que, para una buena parte del mundo, y particularmente el occidental, se vivía un positivo ambiente de mucha esperanza y expectativas hacia un futuro de crecimiento, desarrollo y libertades.

Treinta años después, el mundo entero ha experimentado avances extraordinarios en muchos aspectos, pero las señales que vemos alrededor del globo nos muestran que la esperanza de tres décadas atrás ha sido, al parecer, sustituida por una tremenda ola de descontento, enojo, incertidumbre y miedo hacia el futuro. Una suerte de “retropía” (la utopía del mundo mejor está en el pasado) en palabras del gran filósofo Zigmunt Bauman.

Estas señales de tremendo descontento lo podemos ver en democracias consolidadas como EE.UU. o Inglaterra o en sistemas más autoritarios como el caso de la “revolución del WhatsApp” en el Líbano (protestas callejeras que ponen en riesgo el gobierno por la aparición de un impuesto a esta red social), o en el propio Irán, en donde también se han producido recientemente levantamientos populares que van en escalada.

Y por supuesto, en nuestra América Latina estamos mirando con mucha atención los acontecimientos en países muy cercanos como Ecuador y Perú, pero particularmente en el aparentemente exitoso Chile, en donde ha estallado un tremendo conflicto social de consecuencias aún imprevisibles.

En nuestro país, también recordamos que hace 30 años dejábamos atrás un modelo político nefasto para adentrarnos en una nobel e imperfecta pero deseada democracia. Y también lo hacíamos con mucha esperanza en un futuro promisorio de desarrollo.

Siguiendo el mismo patrón, claro que en nuestro país hemos experimentado avances significativos en casi todos los órdenes en todo este tiempo, pero es igualmente cierto que estamos con altos niveles de descontento social, que pueden estallar en conflictos más serios en cualquier momento.

La élite dirigente de todos los sectores --políticos, empresariales, sociales, sindicales, religiosos-- deben entender las señales de nuestro tiempo y actuar en consecuencia.

Debemos plantearnos seriamente temas como la desigualdad y sus consecuencias en el tejido social, la enorme concentración de poder en casi todos los ámbitos, la decadencia de lo público que brinde oportunidades para todos los ciudadanos, una justicia profundamente contaminada, partidos políticos vaciados de contenido y, en general, una institucionalidad que no ha logrado fortalecerse al ritmo que le exige una sociedad mucho más compleja, diversa y exigente.

Los conflictos no son necesariamente malos y nos pueden ayudar a acelerar incluso los procesos de cambio que se precisan en los nuevos contextos sociales. Pero debemos gestionarlos adecuadamente buscando mantener siempre una paz social basada en nuevas reglas de juego inclusivas y adecuadas a la realidad.

Este es precisamente el llamado para todos aquellos que buscamos una sociedad mejor.


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