Por Yan Speranza, past-president del Club de Ejecutivos.
En este periodo de transición, un tema clave es conformar equipos de alto rendimiento para la tarea de gobernar. Las caras más visibles de estos equipos son los ministros y otros altos funcionarios de varias dependencias del Poder Ejecutivo. En las próximas semanas iremos conociendo los nombres de estas personas que van a conformar el equipo principal de Gobierno, la sociedad tiene siempre altas expectativas y demandas en cuanto a la función que deben cumplir.
Naturalmente tendemos a pensar que los seleccionados deben ser “expertos técnicos”. Eso implica, por ejemplo, que en el Ministerio de Educación debe ser nombrado/a como ministro/a un experto/a en educación y lo mismo para Salud, Trabajo y el resto de las instituciones.
Esta es una perspectiva un tanto limitada, pues en realidad se precisan de una serie de habilidades claves si pretendemos generar resultados concretos en términos de mejores servicios públicos.
Por un lado, claro que se precisa contar con conocimientos específicos y sobre todo una idea general adecuada sobre el tema central que maneja cada institución. Le llamamos a esto un conjunto de habilidades técnico-programáticas.
Se trata de habilidades que permiten identificar, seleccionar y diseñar programas, políticas, estrategias, actividades y cursos de acción que sean sólidos, agreguen valor y ofrezcan soluciones viables a los problemas que se enfrentan. Que nos digan el “qué” debe hacerse.
Para eso existen los equipos de trabajo y los técnicos que ayudan a construir los programas de acción y la máxima autoridad de cada institución debe poder elegir a la mejor gente para este fin, y también estar abierto a recibir la colaboración que muchas personas, cooperantes y organizaciones de la sociedad puedan ofertar.
Pasamos a la segunda gran capacidad que se precisa. Se trata de contar también con habilidades operativas o de gestión. Cómo serán implementados los programas propuestos es en muchas ocasiones el gran problema en nuestra administración pública. Y esto implica mucha capacidad de gestión. Se necesita de buenos gestores que sepan moverse en estructuras, por lo general pesadas, y realmente difíciles de mover. Se trata entonces de esa habilidad que nos diga el “cómo” deben hacerse las cosas y hacerlas efectivamente.
Sin embargo, cuando se intentan nuevas formas de gestión y se buscan desarrollar nuevas ideas, persiguiendo mejores resultados, también se activan resistencias importantes que siempre buscan mantener el status-quo funcional a sus propios intereses. Para enfrentar esta cuestión hace falta el tercer tipo de capacidades. Las habilidades políticas.
Esto implica la capacidad de negociar constantemente, de estar abiertos al diálogo permanente, de conseguir los apoyos adecuados y los recursos suficientes para llevar adelante los programas y de resolver conflictos sin desviarse de las metas propuestas.
En momentos dónde en temas como educación, salud, pensiones o justicia, necesitamos encarar reformas profundas, esta habilidad adquiere una importancia enorme pues es la que finalmente “habilita” a que se puedan generar los cambios o reformas requeridas.
Gobernar y procurar los procesos de cambio que se requieren es realmente complejo en una cultura política muy sesgada por el clientelismo, el prebendarismo y la defensa de intereses sectoriales. Por ello, necesitamos de nuestros administradores de la cosa pública este conjunto de habilidades técnico-operativas-políticas.
En las últimas elecciones hemos visto con mucha preocupación la alerta roja del populismo más rampante que gana adeptos en base al hartazgo de una ciudadanía que sencillamente debe sufrir cotidianamente la falta de bienes públicos de calidad.
Ese es el marco en el cual se debe gobernar en este momento. Razón por la cual necesitamos, más que nunca, al frente de nuestras instituciones personas con las capacidades y habilidades requeridas.
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