Por Laura Ramos, socia del Club de Ejecutivos.
Es tan normal hoy, al transportarnos de un punto de la capital del país a otro, ver en el trayecto una serie de anormalidades que ya no resaltan en nuestra retina. Ello, porque las mismas imágenes las vemos una y otra vez en el transcurso de nuestros días. Esto es, por ejemplo, la venta informal de productos en las veredas por parte de personas que no cumplen con absolutamente ninguna regla establecida, ya sea de higiene o requerimiento comercial. También podemos nombrar la falta de infraestructura o retraso en el desarrollo de servicios básicos para la población como el desagüe pluvial, el cual es según publicaciones de la propia municipalidad capitalina de tan solo el 25%.
Y ¿Qué efecto trae consigo el observar que conforme pasa el tiempo no cambia esta situación? Lo que provoca en la ciudadanía esta pasividad ante situaciones básicas y necesarias de orden y de formalidad es que nos vamos acostumbrando a que sea así, y que no va a cambiar. Y esta sensación, de pasividad ante lo que está mal hecho, es la peor enemiga del cambio. Si la ciudadanía ya no espera ningún cambio, no habrá ningún cambio. Para que esto no siga así, debemos ser conscientes de que lo que está a nuestro alrededor no está bien, por lo tanto, debemos exigir calidad y eficiencia.
La sensación que tenemos a veces es que no es negocio para muchos que esto cambie. Y esa organización de la corrupción está mucho mejor armada y sincronizada que la ciudadanía indignada. La razón es muy simple, el ciudadano común tiene que seguir preocupado al día siguiente en cómo va a seguir llevando el pan a su casa a pesar de la corrupción que lo rodea, sin embargo, la corrupción organizada está trabajando día a día para poder seguir de la misma manera. Es una cuestión de foco, la ciudadanía en sobrevivir con sus restricciones bien marcadas y deudas que pagar, y la corrupción atornillándose cada vez más fuerte en su lugar.
Cuando algunas veces se ven en las noticias que los corruptos deberán pagar por sus hechos, es un aire fresco para la ciudadanía. Pero poco tiempo dura esta primavera, ya que unos meses más tarde los veremos manejarse nuevamente como si nada hubiera pasado.
Esta corrupción, que corroe a la mayoría de los estamentos, es la que nos desmotiva a seguir esperando un cambio abrupto de timón en la rutina diaria que leemos, escuchamos y vivimos cada día los paraguayos. Por el contrario, si la pasividad no contamina a la ciudadanía por la vía de su desmotivación, y entra en una dinámica de cuestionamiento radical, seguramente empezaremos a superar, por fin, a la entronizada corrupción.
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