Por Luigi Picollo, Vicepresidente del Club de Ejecutivos.
Desde el inicio de los tiempos, promover el “miedo” ha sido un negocio seguro, y ha permitido dominar fácilmente a las masas. En el pasado los “enemigos” eran seres concretos, conocidos pueblos invasores, con lo que se legitimaba sustentar el costoso aparataje militar. En tiempos del Covid-19 el “enemigo” es invisible, desconocido, con supuestas temibles características, e hipotéticos poderes de destruir sociedades, eliminar con sufrimiento a nuestros seres queridos. Cuenta supuestamente con las particularidades constantemente mutables, por lo que un actual método de protección o una práctica sana, mañana algún seudocientífico con un video en YouTube lo descalificará volviéndonos al sentimiento de inseguridad.
Nada está claro. Por ejemplo, el enemigo puede vivir días en el asfalto caliente, se suspende en el aire por horas en lugares cerrados, se aloja en el aire acondicionado donde espera caer sobre sus victimas, etc. Y así surgen innumerables informaciones contradictorias, no verificadas, que nos mantienen en zozobra, ansiedad, estresados frente a una constante y mutante amenaza.
Las ONGs de la salud, en lugar de promover bases seguras sobre las cuales ir construyendo un control y una previsibilidad, se esfuerzan en reiterar que “lo peor aún está por venir”. En los discursos de los gobiernos resuena incluso que acecha un posible peor escenario. Hasta salen a decir que el próximo epicentro de la muerte podrá ser Brasil, cuando no podemos cambiar de vecindario. Las autoridades liberan parcialmente la cuarentena pero bajo constante amenaza que, eventualmente, todo podría volver a cerrarse. Se repiten las contradicciones: es pero no es; abro pero lo cerraré. Vivimos en un ambiente bipolar. La certeza entra en corto circuito, y la base emocional del miedo se vuelve densa, inmoviliza, drena energías que antes eran utilizadas para construir valor, innovar para el bien de la sociedad, elevar el trabajo creativo de inventar productos e introducir nuevos servicios.
Se pasaron la dosis del miedo a tal punto de que se les fue de control. La economía es esencialmente un sistema basado en la confianza y necesita de seguridad para funcionar. Hoy el miedo tumbó a la confianza a tal punto que ya no aceptamos cheques por miedo a que no tengan fondos, se cortó el crédito del proveedor y ahora se debe de pagar anticipadamente. En la calle se vuelve a exigir pagos en efectivo. Entramos en un paréntesis moral donde todo se permite usando al Covid-19 como excusa o temor. Conocidos que antes se llenaban la boca con discursos de “Responsabilidad Social Empresarial”, suspenden sin goce de sueldos a sus funcionarios dejándolos a la deriva.
Las estadísticas ya muestran que la pandemia matará menos gente de infección que de hambre y de desempleo. La probabilidad de morir, como porcentaje de la población total, parece no superar el 0,0019%. Igual el miedo impide que esta información racional cambie nuestro actuar. Una forma de explicar es usando el concepto de la “Negligencia de la probabilidad”: donde la probabilidad de morir puede ser mínima, pero al repetir la información del miedo una y otra vez aumenta la sensación del peligro.
Para salir de esta atmósfera de locos, debemos de reconocer que el verdadero problema no es el “virus”, sino el “miedo”! El camino es volver a cooperar entre todos. Retornemos a lo humano, a proteger al otro como cliente, funcionario, socio de negocios, empresa o emprendedor que necesita de nuestra compra para poder ganarse la vida. Cuando compras, das vida a quien recibe el pago. Volvamos a respetar los acuerdos y a pagar las cuentas. Apuntemos a confiar y a dar crédito. Hasta el más arrogante acaso podría inferir que hasta lo que parecía más solido… podría ser frágil! Si esta experiencia nos deja una clara lección es que todos deberíamos ser uno.
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