Navegar en tiempos de incertidumbres


Publicado en: Última Hora
Publicado el: 16-07-25
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¿Qué hacer ante la falta de certezas?

Navegar en tiempos de incertidumbres

Yan Speranza, past president del Club de Ejecutivos 

La incertidumbre es la ausencia de seguridad sobre un tema determinado o sobre el rumbo que pueden tomar los acontecimientos. Es una situación incómoda, porque nos empuja fuera de nuestra zona de confort y de control.

En el extremo opuesto está la certeza absoluta, una sensación de seguridad total sobre lo que ocurrirá. Sin embargo, rara vez vivimos en alguno de estos extremos. De hecho, un mundo de puras certezas sería aburrido y artificial, mientras que uno sin ninguna base de seguridad sería inviable.

El tiempo que nos toca transitar parece inclinarse cada vez más hacia el lado de las incertidumbres. Los cambios tecnológicos, geopolíticos, ambientales y culturales son tan acelerados y muchas veces impredecibles, que la realidad puede modificarse en cuestión de días. La “película” que veíamos ayer puede tornarse irreconocible hoy.

Incluso en el mundo de las ciencias duras, como la física, existe el célebre “principio de incertidumbre” de Heisenberg, que plantea la imposibilidad de conocer simultáneamente ciertas variables con precisión. Una metáfora que bien podría trasladarse al mundo actual.

En la esfera social y política, frente a esta ola de incertidumbres, son las instituciones las que deberían cumplir el rol de ofrecer certezas mínimas para que podamos convivir, planificar y proyectarnos.

Las instituciones —entendidas como normas, prácticas y estructuras estables que rigen la vida en común— generan un marco de previsibilidad indispensable. Permiten establecer reglas más permanentes y menos sujetas al vaivén del momento. Es esa previsibilidad la que permite a los ciudadanos, empresas y gobiernos tomar decisiones con mayor racionalidad.

Los países que han logrado construir y sostener instituciones fuertes pueden transitar con mayor resistencia incluso situaciones de alto voltaje político, como lo que estamos viendo actualmente en los Estados Unidos con el regreso de Trump al poder. 

En el otro extremo, países como Venezuela han evidenciado de forma dramática lo que sucede cuando las instituciones se debilitan al punto de desaparecer. El avance de liderazgos personalistas y mesiánicos, sin frenos ni contrapesos, destruye la confianza social, anula los canales de diálogo y termina hundiendo al país en una crisis sin fin.

En América Latina y otras regiones del mundo, el escenario se vuelve cada vez más incierto con la consolidación de liderazgos de estilo autoritario o disruptivo: desde Javier Milei en Argentina hasta Viktor Orbán en Hungría, pasando por Bukele en El Salvador, Meloni en Italia, Putin en Rusia o Netanyahu en Israel. Tienen respaldo popular sin dudas, pero muchas veces actúan al margen o por encima de los marcos institucionales existentes. En ese contexto, la democracia pierde previsibilidad.

En nuestro país, arrastramos un déficit institucional histórico que se vuelve más evidente en tiempos como los actuales. La percepción de inestabilidad y de decisiones motivadas por intereses políticos cortoplacistas, genera una sensación de parálisis. Y esa parálisis alimenta aún más la incertidumbre.

A medida que nos acercamos a momentos claves, como periodos electorales vemos cómo las decisiones responden muchas veces más a intereses partidarios que al interés general. Es comprensible que los actores políticos busquen posicionarse, pero el problema surge cuando en ese proceso se comprometen logros importantes, o se desechan políticas útiles por motivos puramente electorales.

En países con instituciones fuertes, estas tensiones son parte del juego democrático, pero no afectan de forma significativa el funcionamiento del Estado ni las políticas públicas esenciales. 

Fortalecer las instituciones no es una tarea glamorosa. No da votos rápidos ni tapas de diario. Pero es lo único que nos permitirá navegar este tiempo sin naufragar.

Frente a la incertidumbre global —alimentada por guerras, tensiones geopolíticas, cambios tecnológicos vertiginosos y liderazgos impredecibles—, solo las instituciones sólidas pueden ofrecernos un punto de anclaje. Sin ellas, quedamos a la deriva. Con ellas, podemos navegar mejor en medio de la tormenta.



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