Rompecabezas chinos


Publicado en: Última Hora
Publicado el: 10-08-20
/ / Rompecabezas chinos

Por Antonio Espinoza, socio del Club de Ejecutivos.

Hace unos días falleció Lee Teng-hui, primer presidente electo de Taiwán, que gobernó de 1988 al 2000. Venerado en su país por haber desmantelado el régimen autoritario vigente, se ganó el repudio de Beijing como separatista. La partida de Lee induce a reflexionar sobre uno de los mayores dilemas de la diplomacia paraguaya: la vinculación con las dos Chinas.

Las relaciones diplomáticas de Paraguay con Taiwán se establecieron en 1957, siendo presidentes el general Alfredo Stroessner y el generalísimo Chiang Kai-shek, ambos militares que lideraban gobiernos autocráticos y compartían profundas convicciones anticomunistas. La relación era inevitable: había demasiadas coincidencias históricas, personales e ideológicas. Amor a primera vista, dirían los románticos, estimulado y bendecido, además, por los EE.UU.

En 1989, se deponía el régimen autoritario del Paraguay, y al año siguiente el flamante presidente paraguayo, general Andrés Rodríguez, visita Taiwán invitado por Lee, consolidando la relación entre los dos países, ahora democráticos.

Hubo en aquel momento algún coqueteo de parte de China continental, pero Taiwán apuntaló la fidelidad paraguaya, lubricándola periódicamente con una generosa diplomacia de chequera que nos legó, entre otros, un Palacio de Justicia y un edificio del Congreso.

Beijing siempre condicionó sus relaciones diplomáticas a la ruptura con Taiwán, y en aquella época no había ventajas económicas evidentes. Con un ingreso per cápita de menos de $1.000 anuales, China continental era un país pobre, mientras que en Taiwán la cifra era 10 veces mayor, ubicándola entre las economías desarrolladas, con gran potencial de ser un atractivo mercado y fuente de inversiones para el Paraguay.

Hoy la situación es bien distinta. En los últimos 30 años la economía de China continental se ha desarrollado a un ritmo galopante, llegando a ser la segunda potencia económica mundial detrás solo de los EE.UU. con un ingreso per cápita de $55,000 anuales (a paridad de poder de compra) distribuidos en una población de 1.400 millones de habitantes. Con la creciente prosperidad también ha evolucionado la dieta de sus habitantes, y la demanda de proteína animal, sea pollo, cerdo o vacuno, se ha disparado. El país se ha convertido en una aspiradora mundial de commodities alimenticios, especialmente soja, maíz y carne.

Nuestra relación con Taiwán nos excluye de un acceso directo a ese vasto mercado para productos que son a su vez pilares de nuestra economía, y un cálculo utilitario y pragmático aconsejaría sacrificar nuestro vínculo diplomático con Taiwán a cambio de las múltiples oportunidades ofrecidas por el mercado de China continental. De hecho, diversos gremios de producción de nuestro país han reclamado insistentemente al Gobierno un cambio en ese sentido.

Pero las relaciones de los países no siempre se rigen por conveniencia económica. Inciden también factores históricos, de ideología y de valores. En derechos humanos, Taiwán está ranqueado como uno de los mejores del Asia, respeta la libertad de expresión, tiene una democracia abierta y pluralista, y como nosotros es un país pequeño que defiende tenazmente su independencia.

China continental, por su lado, está regida por un duro gobierno totalitario, con fuertes restricciones a las libertades individuales, de expresión y de acceso a la información a tal punto que limita estrictamente el acceso de sus ciudadanos a sitios de internet del exterior.

No cabe duda de cuál es el sistema más congruente con nuestros ideales y valores, pero a su vez debemos cuantificar el costo de nuestro compromiso con Taiwán. El desafío para nuestro gobierno es encontrar de qué forma este costo puede ser compensado, buscando las piezas que permitan armar el rompecabezas de sus relaciones con las dos Chinas.

COMPARTE ESTE ARTÍCULO