Por Luigi Picollo, Vicepresidente del Club de Ejecutivos.
En una empresa privada si el gasto supera los ingresos, si todos los años se cierran balances con un flujo de caja negativo del 1.5%, se encienden las alarmas! Primero, el directorio es reemplazado por gente más capaz. Segundo, se toman decisiones sobre las unidades de negocios que realmente son rentables manteniéndolas, y las que pierden dinero se venden o cierran. Se disminuyen gastos desvinculando gente, tercerizando servicios donde el proveedor es más barato y eficiente que la misma empresa. Se realiza un “downsize” doloroso pero inteligente. Si los bancos primeramente no ven un plan de restructuración, no renuevan los financiamientos y no le prestan más dinero. Las acciones de eficiencia se concretan primero y luego viene el financiamiento como un puente del problema a la condición de viabilidad. Así funciona la vida real.
La gestión del Estado tiene sus ventajas sobre una empresa privada, y su lógica es perversa. Si se gasta hasta 1,5% más de los ingresos, el administrador es un héroe al cumplir con la Ley de Responsabilidad Fiscal. Si una unidad de negocios es deficitaria, es porque no se invirtió lo suficiente, entonces se le da más dinero en lugar de concesionarla. Si se tienen demasiados funcionarios, no se los saca porque “la ley no lo permite”. Pero, diariamente se fabrican leyes para justificar tener más funcionarios. Si hace falta más dinero para hacer lo que se debía haber hecho con los fondos genuinos, se emiten nuevos bonos para agrandar la deuda. Mientras tanto las entidades multilaterales dicen al Estado deudor: usted está muy poco endeudado, lo normal es tener una deuda superior al 40% de sus ventas anuales! Se premia la mala gestión dándole más dinero al emproblemado e ineficiente deudor, y diciéndole que su problema aún es pequeño. El problema que generó la falta de dinero se resuelve tirándole más dinero al problema.
Todo esto es la pura descripción de locura financiera.
La cantilena de mejorar la “gestión pública” es una estrategia de ganar tiempo. Las promesas de campaña de hacer más eficiente al Estado nunca se concretizan. La tarea de la “reforma del Estado” nunca se ejecutó. En ningún momento el Estado se volvió más eficiente en lo que hace y en la mejora de los servicios públicos.
Pragmáticamente, lo que podemos hacer es que el Estado deje de crecer y “tercerize” todo lo que necesite hacer adicionalmente a lo que está haciendo hoy. Que subcontrate el crecimiento de la capacidad en todos los frentes, que pague a un privado por los servicios adicionales que requiera la población en lugar de crear más gasto fijo para ser más grande y tan ineficiente como siempre. El privado consistentemente ha sido y será más eficiente, más barato, más preciso, más responsable, más entrenado y capacitado que el publico, en el aspecto de gestion que sea. El Estado no tiene porqué crescer más, porque puede alquilar la capacidad productiva que beneficie simultáneamente a todos.
Tercerizar, concesionar, subcontratar, es de hecho pagar a un privado menos de lo que le hubiera costado al Estado hacer lo mismo. Es también promover un aumento de la capacidad productiva en el sector privado para que este prospere. Nuestro mercado es tan pequeño que muchas industrias solo obtendrían economías de escala y conseguirían su punto de mayor eficiencia con el volumen adicional que el Estado les puede dar. Al llegar a ese nivel de eficiencia, tanto el Estado como el cliente privado se beneficiarán con un menor costo de producción. Aquí todos ganan, y se puede hasta exportar eficiencia.
Que la necesidad adicional de compras del Estado se convierta en un factor que promueva el progreso y el crecimiento del sector privado nacional. Esta es la real fórmula ganar-ganar.
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