Por Luigi Picollo, socio del Club de Ejecutivos.
Cuando a los extranjeros se les habla de las bondades de Paraguay usualmente se menciona la característica de ser un país “barato”. Quienes viajan al hemisferio norte sienten que los precios son muchísimos más altos que en nuestro país, por lo que se refuerza la idea. Los salarios pagados en guaraníes, al convertirlos a dólares, resultan en números menores a los existentes en los países más desarrollados. Y así, con un sesgo de confirmación, vamos seleccionando los argumentos que sostienen esa hipótesis. Pero si percibimos el mercado objetivamente, reconoceríamos que la realidad demuestra lo contrario, somos más bien “un país caro con un mercado pequeño”.
Si fuésemos tan baratos, no estaríamos inundados de contrabando, donde los importadores legales mismo que trabajasen al costo no podrían competir en precio contra la siempre permeable frontera. Las multinacionales argentinas que operan en Paraguay no estarían migrando su back-office a Argentina, dejando solo el front-office en Paraguay. Un proceso de contratación en Paraguay no recibiría un sin número de currículos por una posición vacante, donde casi ninguno de los postulantes cumplen con los requisitos mínimos para calificar. Por lo que se continúa contratando personal extranjero para la alta gerencia. Donde constituir una empresa con todos los permisos, licencias, patentes y habilitaciones de la autoridad competente no demoraría tanto tiempo al punto de rogarle al funcionario público que haga su visita técnica. Así existen muchos más aspectos que son incoherencias típicas de un mercado pequeño e incipiente, a diferencia de mercados grandes que son lógicos, razonables y eficientes.
Cuando el capital extranjero valora una empresa local, pagaría poco si considerase la limitada capacidad de producir flujo de caja o la poca eficiencia de gestión. Pero termina pagando un sobreprecio enorme solo por llegar más rápido al mercado, solo para saltarse el calvario de las aprobaciones burocráticas. Se paga caro --por lo que no vale-- para evitarse la pérdida de tiempo y riesgo de construir lo mismo, en un mercado ilógico donde cumplir con la reglamentación implica demoras absurdas.
Estamos en un medio donde el ciudadano se tiene que adaptar al estado. Donde existen burocracias que solo justifican su existencia procesando gestiones innecesarias. El sector privado hace lo posible para informatizarse y “despapelizarse”, mientras que el sector público evita digitalizarse y transparentarse. La consecuencia es un sector productivo frenado, negocios que no salen, donde el componente del riesgo y los atrasos se computan en un precio más alto. Lo que más se valora en las economías desarrolladas es el tiempo, por eso la peor ofensa es decirle a alguien que le está haciendo perder el tiempo. En nuestro medio el tiempo es un detalle, y una fecha límite es una expresión de deseo.
Los planes de un nuevo gobierno son usualmente presentados en una forma muy extensa y compleja, hasta a propósito confusa, por si no se concretan se puedan escapar por la tangente. Hagámosla simple, la prioridad debe ser “bajar el costo país al máximo”, pues no se puede cambiar el hecho que somos un mercado pequeño, y que los demás países limítrofes manejan la depreciación de su moneda como una herramienta socialmente aceptada por sus ciudadanos. Un pequeño país en desarrollo debe ser un país barato, predecible, rápido de entrar y comenzar a operar.
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