Por Gabriela Teasdale, socia del Club de Ejecutivos.
Un servidor público debe trascender a su ego, sus ambiciones personales o las de su partido. Debe ponerse del lado de la gente, conocer sus necesidades y trabajar en pos del bien común. Pero todos sabemos que la política está llena de cinismo y egoísmo, y que son pocos los patriotas que trabajan desde el corazón para transformar realidades y construir naciones fuertes, justas y prósperas.
Hace algunos días fuimos testigos de una escena que pocos habríamos imaginado. El asalto al Capitolio en Estados Unidos dejó una huella en el mundo, mostrando un país profundamente dividido y carente de valores. Valores que forjaron durante años la imagen de una nación líder con una de las democracias más sólidas y excepcionales del mundo. Lo que vimos la semana pasada es un ejemplo de una administración fallida, con una reputación negativa que va a desafiar al Gobierno de Joe Biden a la construcción de un liderazgo muy diferente.
Donald Trump es la clase de líder que no deberíamos ser. No sería justo responsabilizarlo de todos los males que han ocurrido en Estados Unidos porque, al fin y al cabo, ocupó el puesto luego de ganar unas elecciones. Fue el pueblo estadounidense quien lo puso en el cargo y son los estadounidenses quienes tienen que mirarse al espejo para redescubrirse, para darse cuenta de que la imagen que están ofreciendo al mundo no es la mejor. Y para entender que vanagloriarse por ser republicano o demócrata divide y debilita la visión integral de un país, a la vez que impide aceptar errores y fortalecer los valores que se necesitan para trabajar en la reconstrucción de una nueva y gran nación. Así como dijo John F. Kennedy: “No busquemos la respuesta republicana o la respuesta demócrata, sino la respuesta correcta. No tratemos de arreglar la culpa del pasado. Aceptemos nuestra propia responsabilidad para el futuro”.
Creo que este acontecimiento tan lamentable, que llevó a la condena unánime de los principales líderes mundiales, debe invitarnos a reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra manera de servir a la patria. Las luchas de poder, la manera en que nos separamos del otro porque no es de nuestro partido político, nuestra religión, nuestra raza o nuestra posición social. Todo aquello que creemos que nos hace diferentes y fomenta la división, el egoísmo y la desmesura.
Es tiempo de preguntarnos por la responsabilidad, el servicio, el respeto y el amor por lo que somos, tenemos y queremos construir. Porque esas son las raíces de ese árbol que hemos plantado entre todos y que anhelamos con esperanza que dé sus buenos frutos. El cambio debe empezar en nosotros para expandirse hacia nuestro entorno. Entonces, paremos la marcha, dejemos los discursos vacíos y las mentiras para vivir el mensaje que nos regaló Gandhi: ser el cambio que queremos ver en el mundo.
Hagamos que las cosas buenas sucedan para que este mundo sea un lugar mejor.
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