Por Yan Speranza, past-president del Club de Ejecutivos.
Estas dos palabras -desconfianza y hartazgo- definen muy bien el sentimiento colectivo que se viene gestando desde hace un buen tiempo, y que se manifiesta con mucha fuerza cívica en las marchas ciudadanas que se vienen realizando hace casi 2 semanas.
No se trata de una situación solo propia del Paraguay. En realidad estamos viendo estas mismas situaciones alrededor del mundo, ya sea en los países desarrollados o aquellos en desarrollo.
Países de nuestra región como Chile, Ecuador o Colombia habían tenido fuertes explosiones sociales en el año 2019, pero también países como El Líbano, Hong Kong, Puerto Rico o Francia habían sufrido situaciones similares, con detonantes diversos que solo terminan por prender la mecha ante circunstancias que se vienen cultivando desde hace tiempo.
Por lo general, todo esto se da en un contexto en donde el marco institucional de nuestros países no es capaz de procesar, con la velocidad y eficacia que se requiere, las enormes demandas sociales de todo tipo.
Se trata también de un fenómeno fuertemente vinculado a los jóvenes “nativos democráticos” en un entorno de hiperconectividad y fluidez de la información, de una clase media y urbanizada cuyas expectativas hacia la democracia -y la mejor calidad de vida que se supone debe traer- han crecido de manera sustantiva.
Sin embargo, esto choca con una realidad muy diferente y el sentimiento colectivo de que se puede tener un futuro mejor se desvanece, la desconfianza y el hartazgo surgen con fuerza y la tensión social puede explotar en cualquier momento ante cualquier disparador coyuntural.
Toda esta situación se ha profundizado enormemente con la pandemia del coronavirus. De acuerdo al “Global Protest Tracker”, que rastrea alrededor del mundo las diversas protestas, durante el año 2020 se ha registrado un pico de las mismas, a pesar incluso de las enormes restricciones iniciales que existían precisamente para evitar la expansión del virus.
En nuestro país, claramente se vienen incubando muchas de estas situaciones descriptas. Y la crisis sanitaria con la vergonzosa falta de medicamentos y ausencia casi total de vacunas, ha movilizado a una población verdaderamente harta y enojada, tanto con la corrupción como con la tremenda falta de gestión de las instituciones responsables.
Por supuesto que en el marco de estas explosiones sociales siempre aparecen los famosos “pescadores en rio revuelto”, y las cosas se pueden descontrolar en cualquier momento. Pero debemos reconocer que ha sido esta movilización ciudadana la que ha forzado algunos cambios concretos y hoy ya empezamos a ver algunas correcciones esperanzadoras en la gestión de los medicamentos y las vacunas.
Esta situación demuestra, una vez más, la incapacidad del gobierno de actuar proactivamente para encarar los problemas más acuciantes de la sociedad. Al parecer, solo reacciona y toma medidas cuando las cosas explosionan o cuando se siente con la amenaza real de tener que dejar el poder.
A pesar de esta penosa situación de un gobierno tremendamente debilitado, un juicio político no es la salida más conveniente en este momento por toda inestabilidad y probable mayor aislamiento que esto generaría para nuestro país. Agregarle este condimento, a dos años extremadamente críticos en lo socio-económico, solo podría empeorar las cosas.
Hoy, el foco central debe estar en el tema sanitario. Los recursos económicos están disponibles y debemos dar saltos significativos en la gestión para conseguir las benditas vacunas y que los medicamentos estén disponibles para toda la población.
En todo esto, el sector privado puede y debe colaborar para diseñar con urgencia mecanismos ágiles y transparentes que superen esta desastrosa situación sanitaria.
Hoy dependemos de esto para encarar todos los demás procesos de recuperación. Y no olvidemos que la ciudadanía estará más atenta y vigilante que nunca.
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