Por Matías Ordeix, socio del Club de Ejecutivos del Paraguay
En el colectivo racional uno asocia el éxito de un empresario con su crecimiento patrimonial, la excelente rentabilidad de sus negocios y la expansión de los mismos. Sin embargo, no todos los empresarios se sienten exitosos con el solo hecho de lograr el crecimiento de sus cuentas bancarias.
Mi amigo Jorge decidió, a los 28 años, luego de unos cuantos años de trabajar en empresas multinacionales, comenzar a emprender algo nuevo en nuestro país. Pero emprender realmente desde cero, construir desde el más profundo cimiento su futuro empresarial. Comenzó con una relación inicial de dependencia salarial, y lentamente fue invirtiendo y comprando la empresa. Luego de 24 años, se siente exitoso.
Tuvo la gran fortuna de venir de una familia con un nivel de educación superior a la media, hijo de una madre maestra y de un padre ejecutivo-emprendedor. Su sólida base familiar, con valores inculcados --tales como la honestidad, la bondad, la responsabilidad, entre otros-- fueron sus principales herramientas para emprender su negocio.
No obstante, Jorge tuvo siempre algo claro: el resultado económico de una empresa es la consecuencia y fruto del comportamiento que el líder tiene dentro de una organización. Una empresa con propósito, donde el colaborador es verdaderamente el centro del crecimiento del negocio, le facilitó a crear una cultura de colaboración, con alta responsabilidad y eficiencia.
Una empresa sin valores es una empresa sin alma. El éxito de un empresario es también la medida del éxito de cada uno de sus colaboradores. El fomento del progreso, no solo económico sino educativo (pagando los estudios académicos) de aquellos colaboradores con alta actitud, se traduce en mayor eficiencia profesional y más compromiso personal.
Un empresario que no se preocupa solamente de su gente, sino tangencialmente del propio país, así sea activando en gremios, organizaciones sociales, o tan siquiera la comisión vecinal, es un empresario a medias. Una empresa exitosa en una sociedad fracasada no debe existir.
El país tiene muchos “empresarios gigantes” que poco o nada hacen por la sociedad. No les interesa el país, mientras a ellos les vaya bien. ¿Son empresarios exitosos? Muchos dirían que sí, pues solamente ven, como decía al inicio, su fortaleza económica. Muchos de ellos son honestos (otros cuantos no), trabajan duro, pero les está faltando algo, que particularmente creo vital: el “involucramiento social”. Es muy fácil mirar al costado, ya que “los problemas son de otros”. Pero esto no debe ser el actuar de un real empresario exitoso.
Contagiemos un cambio de paradigma. El fomento del win-win empresarial, aplicado dentro de la propia organización, y con el país también. Todos ganaremos, sin duda, con más actores empresariales alineados con un propósito mayor. No vamos a dejar de crecer, vamos a hacerlo y más, si tomamos en cuenta nuestro liderazgo social corporativo y el compromiso con un mejor Paraguay. Nuestro país requiere imperiosamente de mayores líderes exitosos, con auténtica vocación de inversión interna (en nuestros fantásticos equipos) y externa (en la prometedora sociedad).
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