La pobreza de aprendizajes es un sencillo indicador que presenta el Banco Mundial para describir un problema central y absolutamente crítico de nuestros sistemas educativos. Es bien básico y mide el porcentaje de niños que no pueden leer y comprender un texto simple a los 10 años de edad.
Poder leer y comprender lo que se lee, es claramente un indicador fundacional clave para construir posteriormente otros procesos de aprendizajes mas complejos. Si nuestros niños y niñas no logran adquirir esta competencia de manera sólida, será muy difícil que posteriormente adquieran otras aptitudes técnicas superiores que la van a necesitar para salir adelante en mercados laborales y sociedades cada vez más complejos y exigentes.
Cuando escuchamos repetidamente que organizaciones de todo tipo enfrentan serias dificultades para conseguir colaboradores con mejores índices de productividad, probablemente estemos viviendo la consecuencia posterior de este indicador de la “pobreza de aprendizaje”.
O cuando nos encontramos con compatriotas que tienen una gran dificultad para expresarse correctamente y utilizar el lenguaje como la forma más elemental de comunicación en esta lógica de interrelación social que todos necesitamos desarrollar; también estamos viendo la consecuencia de este gran déficit que tenemos.
Las cifras de pobreza de aprendizajes en América Latina que presenta el Banco Mundial son catastróficas. Ya veníamos de una situación muy mala antes de la pandemia con alrededor del 57% de los estudiantes de 10 años que no podían leer y comprender un texto simple. Luego de la pandemia, ese indicador se disparó a más del 70% pues sencillamente es la región del mundo que perdió la mayor cantidad de horas de clase por los largos cierres de los centros educativos.
Ahora bien, si tomamos una evaluación censal que realiza Paraguay sobre los niveles de aprendizajes, vemos que en el 2018 (año de la última evaluación censal llamada SNEPE), ya teníamos un 70% de estudiantes que podrían caer dentro de este indicador de pobreza de aprendizajes. Todo hace suponer que luego de la pandemia, este indicador haya empeorado aún más.
Entonces, debemos entender como sociedad que la importante, aunque también insuficiente inversión que estamos haciendo en nuestro sistema educativo, necesita enfocarse en ciertas bases fundacionales como este indicador, si pretendemos que los resultados educativos sean diferentes.
Que nuestros niños y niñas puedan leer y entender lo que leen a los 10 años debe ser una verdadera causa nacional que nos una y movilice a todos los sectores. ¿Quién podría estar en desacuerdo con pelear esta verdadera guerra contra la pobreza de aprendizajes?
Esto implica una serie de intervenciones puntuales basadas en evidencias que nuestro sistema educativo puede y debe implementar. Cuestiones como priorizar la enseñanza de los conocimientos básicos, proveer a las escuelas y a los maestros de materiales adecuados y entrenamientos específicos que mejoren la eficiencia de la instrucción, involucrar a toda la comunidad educativa en iniciativas diversas, evaluar constante y regularmente los resultados y aquellas metodologías que mejor funcionan y por supuesto, proveer de recursos suficientes al sistema para que todo esto funcione.
Los resultados en educación llevan su tiempo y los programas deben sostenerse, para lo cual el consenso político es fundamental. Para un gobierno que está en sus primeres meses, declararle la guerra a la pobreza de aprendizajes y alentar la creación de verdaderas coaliciones entre todos los sectores, puede ser una propuesta movilizadora y de unión entre los paraguayos.
En los últimos años hemos visto lastimosamente una suerte de polarización en la sociedad sobre determinadas cuestiones que hacen a la educación. Hoy tenemos la oportunidad de trabajar todos juntos para vencer lo más rápido posible a la pobreza de aprendizajes.
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