Por Laura Ramos, socia del Club de Ejecutivos
Como es costumbre en este mes del año, hacemos un pequeño recuento de los vaivenes económicos para luego darle un cierre y si es posible nos aventuramos a una proyección del ciclo siguiente. Este año probablemente no sea la excepción en cuanto a la mecánica de análisis. Sin embargo, es un año atípico no sólo en lo económico sino también en lo social. Un año donde las restricciones fueron las más recalcadas, con el conteo diario de vidas perdidas.
Podemos citar varios factores importantes que pasaron a lo largo de este período de doce meses, pero claramente desde marzo nuestra vidas cambiaron drásticamente. En lo comercial por ejemplo, primeramente con desconcierto y sin un panorama muy claro de lo que se vendría, que tan corto o tan largo sería y cuán profundo nos impactaría.
Gracias a que nuestro país posee una economía ordenada y respetada por los organismos internacionales, con un guaraní que nunca perdió ceros, nos permitió poder financiar este momento de crisis y de incertidumbre. Distinta fue la suerte de países vecinos, quienes con economías más golpeadas no pudieron solventarse de la misma manera.
Además de tener que sortear la crisis sanitaria, tuvimos que atravesar una depresión económica afectada principalmente por la disminución del consumo, influida además fuertemente por el cierre de fronteras donde el turismo de compras fue nulo, el cual es principal motor de ciertas ciudades del país. Además de la bajante del río, y la suba del dólar donde los importadores formales fueron gravemente damnificados. Estas consecuencias también se pueden apreciar en la disminución de la recaudación en ciertas instituciones del gobierno como la de Aduanas, donde lo acumulado a noviembre del año pasado estamos un 9% por debajo en la comparación interanual.
Y ¿qué podemos hacer al respecto? Probablemente prever una catástrofe sanitaria mundial sea muy difícil de anticipar, pero sí estar preparados en lo que depende de nosotros como sociedad civil, lo cual es prever un país financieramente sano, donde su déficit no sobrepase el 1,5% establecido por ley de responsabilidad fiscal, ya que esto nos da mucho oxígeno en casos de emergencias reales. Además, apoyar proyectos de inversión en infraestructura como el tan anhelado dragado de los ríos, donde con esta intervención se permitirá el tránsito normal de productos logrando un ahorro enorme en el precio de fletes. No podemos dejar que los cambios climáticos ocasionen serias dificultades a nuestra economía.
Por todo esto debemos tener claras las prioridades de inversión, puesto que los recursos como ya sabemos son limitados y las necesidades son cuantiosas. La sociedad civil en conjunto con el sector público debe unir esfuerzos y sentar las bases sólidas para un futuro prometedor, no dejándonos llevar por ejemplo en el año que se avecina por contiendas electorales. Estas pueden llegar a tener grandes influencias en la calidad del gasto, deteriorando en gran medida nuestro objetivo final de eficiencia del mismo.
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